El
crepúsculo asoma sus narices en el horizonte, exhalando al cielo sus ardientes
colores. Y allí está ella, sentada sobre una piedra. Mientras las olas festejan
su encuentro con la arena, Malena contempla la belleza. El sol derrama su néctar
sobre el océano y ella, con su ser al descubierto, degusta la fragancia del
silencio. Cierra los ojos y detiene el tiempo, deseando embeberse con la magia
de aquel momento. El bermejo del ocaso se desprende del firmamento, acariciando
sus cabellos sueltos. De repente, la sombra nocturna salpica sus luceros de un
tinte negro. La galaxia se vislumbra lejana, aún así ella sueña con conocerla.
Se imagina encima de la luna, columpiando sus piernas. Siempre quiso conocer
las estrellas.
Malena
disfruta de lo efímero del presente que no vuelve y cuando no lo espera, infinitas
criaturas acuáticas se encienden en las aguas turquesas. Ella se asombra. En
sus ojos, se reflejan las constelaciones que iluminan la alfombra acuosa. Un
ramillete de luces palpita en sus pupilas, entretanto sus pies descalzos,
saborean la arenilla. Mientras baila fascinada, alguien
se acerca a acompañarla, un colibrí se posa sobre su melena castaña y le
susurra unas palabras: “La magia está en tu alma”.
Malena,
oye el canto de las sirenas; escucha los mensajes de la naturaleza. De su
mirada, emergen incontables luciérnagas. Son señales, piensa. Se pregunta si en
algún otro lugar del planeta hay alguien que se regocije de alegría, como lo
está haciendo ella. Fuegos artificiales estallan en sus entrañas. La bruma húmeda
asciende por la playa y ella danza enamorada. Canta, con su voz azucarada, y
una brisa salada, la abraza con su frazada diáfana. La marea despierta y entona
junto a ella una festiva melodía. Nada ensombrece su esencia, ni siquiera la
neblina; su aura brilla. Sonríe, invocando una plegaria agradecida. Para ella,
no existe mejor maravilla que estar viva.
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