Lucero corre sobre la arena. Alguien la acecha.
Escucha pasos que se acercan. Ella no quiere ser más su presa. Tropieza con una
piedra y cree sentir la respiración agitada del hombre que desea adueñarse
hasta de sus huellas. Su corazón se acelera y su boca se reseca. Las olas
rompen en la orilla y salpican su vestido grisáceo. A unos pocos metros divisa
un faro. El plomizo del cielo oscurece el mar y la bruma empaña sus ojos
negros. Lucero corre, sin aliento; tiene miedo. Voltea su mirada y ve la sombra
en la playa. Se siente abatida pero aligera su huída. En el faro no hay nadie y
el muelle que lo costea espera que ella tome la decisión correcta. Lucero rasguña
la madera de las vallas, dejando vestigios de desesperanza. La negrura repta
sobre la arenilla y se aproxima. Ella ni lo piensa; se precipita a las aguas
mulatas. Lucero nada, desesperada. La sombra
se evapora en la niebla y a ella se le adormecen las piernas.
Es la música del alma en una sinfonía de frases sopranas. Es el arpegio de letras en un pentagrama imaginario, tarareando una canción en cada párrafo. Es una simple sinestesia donde los sentidos se mezclan y la prosa nos susurra una melodía singular, invitándonos a explorar un más allá... donde otra dimensión nos espera...
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