22 de julio de 2016

Aguas Mulatas



     Lucero corre sobre la arena. Alguien la acecha. Escucha pasos que se acercan. Ella no quiere ser más su presa. Tropieza con una piedra y cree sentir la respiración agitada del hombre que desea adueñarse hasta de sus huellas. Su corazón se acelera y su boca se reseca. Las olas rompen en la orilla y salpican su vestido grisáceo. A unos pocos metros divisa un faro. El plomizo del cielo oscurece el mar y la bruma empaña sus ojos negros. Lucero corre, sin aliento; tiene miedo. Voltea su mirada y ve la sombra en la playa. Se siente abatida pero aligera su huída. En el faro no hay nadie y el muelle que lo costea espera que ella tome la decisión correcta. Lucero rasguña la madera de las vallas, dejando vestigios de desesperanza. La negrura repta sobre la arenilla y se aproxima. Ella ni lo piensa; se precipita a las aguas mulatas. Lucero nada, desesperada. La sombra se evapora en la niebla y a ella se le adormecen las piernas. 

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