Rafael inicia la caminata. La Sierra de
Famatina, envuelta por nieves eternas, lo atrae hacia ella. Avanza y la altura
sofoca su conciencia. Recuerda la leyenda que un nativo le contó antes de que
partiera: “Dicen las malas lenguas que aquel que sube sólo a la montaña, jamás
regresa. Pide permiso y, si te sientes en peligro, danza con la tierra”. Rafael
subestima aquellas palabras y se encomienda a su experiencia. Se deja guiar por
unas vagonetas, que transportaban minerales atravesando los valles. Rafael
confía en su instinto e insiste con llegar a destino, hasta que escucha el eco
de un grito. Cree que es el delirio de su mente cansada, y bebe agua. Toma
hasta la última gota y cuando decide continuar, su razón se desmorona. Se apoya
en una piedra. Con la voz asfixiada, le implora ayuda a la cordillera. Observa
que una silueta lo llama desde la cima. Ignora si alucina o si el alma de la
montaña lo hipnotiza. Sus ojos se cierran. No sabe si la odisea finaliza o recién
comienza.
Es la música del alma en una sinfonía de frases sopranas. Es el arpegio de letras en un pentagrama imaginario, tarareando una canción en cada párrafo. Es una simple sinestesia donde los sentidos se mezclan y la prosa nos susurra una melodía singular, invitándonos a explorar un más allá... donde otra dimensión nos espera...
1 comentario:
Muy bueno. Gracias.
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