21 de julio de 2016

El Alma de la Montaña



     Rafael inicia la caminata. La Sierra de Famatina, envuelta por nieves eternas, lo atrae hacia ella. Avanza y la altura sofoca su conciencia. Recuerda la leyenda que un nativo le contó antes de que partiera: “Dicen las malas lenguas que aquel que sube sólo a la montaña, jamás regresa. Pide permiso y, si te sientes en peligro, danza con la tierra”. Rafael subestima aquellas palabras y se encomienda a su experiencia. Se deja guiar por unas vagonetas, que transportaban minerales atravesando los valles. Rafael confía en su instinto e insiste con llegar a destino, hasta que escucha el eco de un grito. Cree que es el delirio de su mente cansada, y bebe agua. Toma hasta la última gota y cuando decide continuar, su razón se desmorona. Se apoya en una piedra. Con la voz asfixiada, le implora ayuda a la cordillera. Observa que una silueta lo llama desde la cima. Ignora si alucina o si el alma de la montaña lo hipnotiza. Sus ojos se cierran. No sabe si la odisea finaliza o recién comienza.