8 de junio de 2016

Liberación


    No era un día cualquiera. La mañana se abrigaba con un manto grisáceo y ensombrecía aún más la celda. Las nubes, heridas por la tormenta, esparcían su tristeza por encima de mi existencia. No había rastros del sol y el viento dejaba de ser brisa para convertirse en ciclón. 
   No era un día cualquiera. Empezaba una revolución. Pájaros negros revoloteaban en mi interior. Mi alma enceguecida, no comprendía la lección del dolor. El miedo picoteaba mi corazón y la ansiedad batía las alas de la desazón. 
  No era un día cualquiera. Se avecinaba una transformación. Las aves comenzaban a arañarme las entrañas y, acurrucada adentro de un capullo, resistía a sus rasguños. Mientras escuchaba el silencio de afuera, la impotencia aleteaba con más fuerza. 
   No era un día cualquiera. Mi destino esperaba una respuesta. En ese instante, la llave de la pajarera apareció en mi mano derecha. Caminé por la hierba y abrí su puerta. Permití que los pájaros negros se fueran y dejé de sentirme prisionera. 
   No era un día cualquiera. Aquel día aprendí la moraleja.

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