Mientras la
tarde se despereza en la bruma, recostada entre nubes de azúcar, nos subimos a
una nueva aventura. Elegimos un camino y nos fuimos. No importa a que sitio, el
horizonte es nuestro destino. Como dos niños partimos directo al infinito, con
la inocencia asomándose por los bolsillos.
Inicia el
recorrido y nuestras uñas, aferradas a la butaca, escarban el asiento. Ha
llegado el momento y la adrenalina burbujea por nuestros cuerpos. Nada puede
detenernos, se ha extraviado el tiempo. Somos dos almas enamoradas viajando por
el universo. Y allá vamos, rumbo al sol que va derramando su néctar por el
cielo. Es tan tentador su relleno que las aves vuelan alto para morderlo. Nuestros
ojos saborean el ocaso, mientras observamos como aquel líquido espeso se
esparce por el firmamento. Somos dos viajeros, buscando lugares nuevos.
Entre
miradas cómplices, nuestras almas van conversando y, a nuestro paso, el mundo
nos abre los brazos. Las maletas viajan con algunas prendas, esperando
completarse de experiencias y una cámara de fotos, atenta, aguarda imágenes que
inmortalicen cada instante. No existe nada que nos entusiasme más que ir a
bordo de un nuevo viaje.
Nuestras
manos se encuentran y los latidos de nuestros corazones se aceleran. Estamos
ávidos de anécdotas y de paisajes que nos sorprendan. En tanto que atravesamos una
pradera, nuestras almas se ríen a carcajadas. De repente nos quedamos sin
palabras, no se puede describir la belleza que nos encandila por la ventana.
Incontables estrellas iluminan la galaxia, mientras continuamos persiguiendo a
la luna, que aparece como un merengue redondo en la negrura.
Amanece y
por la ventanilla los primeros haces de luz encienden nuestras pupilas. Imponente
y majestuosa la montaña nos vigila. Avanzamos e intuimos que nos observa. En
silencio, nos preguntamos: ¿cuántas vidas verá pasar delante de ella?
Nos bajamos
en el primer descanso y caminamos
descalzos por la arena fina. Una brisa salada nos despeina y se nos cuela en la
sonrisa. En la orilla el mar besa nuestras huellas, mientras saltamos de alegría.
Pensar que sólo somos huéspedes en esta maravilla.
Seguimos el
camino, escoltados por un bosque de pinos, y empezamos a encontrarnos con
nosotros mismos. Un Lago azulado contornea nuestro paso y en su calma nos vemos
reflejados.
Nos fuimos y nuestro ser desvestimos. Ahora debemos regresar
mas no somos los mismos… nuestro espíritu ha crecido.
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