25 de agosto de 2015

Un Cuento para Sofía

    

Había una vez una artista llamada Sofía que vivía en una casa alpina, enclavada en la colina de un bosque sin colores. Un día el rey Jorge, un joven solitario, recluido en un enorme castillo, había enviado a sus secuaces a despintar los ríos, los frutos, las flores, los animales y los pinos, porque deseaba adueñarse de todas las acuarelas del planeta. El rey tenía todo lo que quería, pero había algo que le faltaba y ni siquiera él sabía de qué se trataba. No existía nada que lo conformara. Siempre pedía más para saciar una necesidad que desconocía, mientras el bosque se desteñía.

 Todo emblanquecía y Sofía, en su casa, pensaba cómo hacer para recuperar la alegría del lugar, que desaparecía. Su intuición la llevó a revisar en el baúl  donde atesoraba sus obras de arte, hasta que encontró tres frascos: el primero tenía pintura azul, el segundo guardaba un tono rojo y el tercero contenía un amarillo intenso. Sofía, contenta, comenzó a imaginar cómo mezclar los colores para salir a pintar el bosque. Guardó en una maleta sus pinceles, los tres frascos y salió a colorear cada rincón.

La sonrisa se dibujaba en su cara y cuando deslizaba su pincel, reaparecía la magia. Probó combinar el azul con el amarillo y obtuvo el verde para teñir las copas de los pinos, el pasto y las hojas. Luego, juntó el rojo con el amarillo, devolviéndole el matiz a las naranjas y, con el rojo y el azul, pintó a las lavandas. Recorrió el bosque, pintando los pétalos de cada flor con un color, dejándose llevar por la inspiración.

La aldea volvía a sonreír, gracias a Sofía. Al enterarse el rey Jorge de la noticia, salió enfurecido a buscar a la artista que estaba desobedeciendo sus reglas. No dejó que sus secuaces lo acompañaran, decía que él sólo podía con la muchacha.

Pero nada fue como lo planeaba. Al llegar al bosque, la dulzura de aquella tierna dama lo hechizó con la mirada. Miles de cosquillas sentía el rey en su panza. Había encontrado lo que sin saber buscaba. El amor que Sofía regalaba, era lo que verdaderamente coloreaba su alma.
Así fue que el rey Jorge dejó de ser un joven solitario y amargado. La luz de Sofía iluminó su vida.

Inspirado en una pintura del artista Milo Lockett. 

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