Había una vez una
artista llamada Sofía que vivía en una casa alpina, enclavada en la colina de
un bosque sin colores. Un día el rey Jorge, un joven solitario, recluido en un
enorme castillo, había enviado a sus secuaces a despintar los ríos, los frutos,
las flores, los animales y los pinos, porque deseaba adueñarse de todas las
acuarelas del planeta. El rey tenía todo lo que quería, pero había algo que le
faltaba y ni siquiera él sabía de qué se trataba. No existía nada que lo
conformara. Siempre pedía más para saciar una necesidad que desconocía,
mientras el bosque se desteñía.
Todo emblanquecía y Sofía, en su casa, pensaba
cómo hacer para recuperar la alegría del lugar, que desaparecía. Su intuición
la llevó a revisar en el baúl donde
atesoraba sus obras de arte, hasta que encontró tres frascos: el primero tenía
pintura azul, el segundo guardaba un tono rojo y el tercero contenía un
amarillo intenso. Sofía, contenta, comenzó a imaginar cómo mezclar los colores
para salir a pintar el bosque. Guardó en una maleta sus pinceles, los tres
frascos y salió a colorear cada rincón.
La sonrisa se dibujaba
en su cara y cuando deslizaba su pincel, reaparecía la magia. Probó combinar el
azul con el amarillo y obtuvo el verde para teñir las copas de los pinos, el
pasto y las hojas. Luego, juntó el rojo con el amarillo, devolviéndole el matiz
a las naranjas y, con el rojo y el azul, pintó a las lavandas. Recorrió el bosque,
pintando los pétalos de cada flor con un color, dejándose llevar por la
inspiración.
La aldea volvía a sonreír,
gracias a Sofía. Al enterarse el rey Jorge de la noticia, salió enfurecido a
buscar a la artista que estaba desobedeciendo sus reglas. No dejó que sus
secuaces lo acompañaran, decía que él sólo podía con la muchacha.
Pero nada fue como lo
planeaba. Al llegar al bosque, la dulzura de aquella tierna dama lo hechizó con
la mirada. Miles de cosquillas sentía el rey en su panza. Había encontrado lo
que sin saber buscaba. El amor que Sofía regalaba, era lo que verdaderamente
coloreaba su alma.
Así fue que el rey
Jorge dejó de ser un joven solitario y amargado. La luz de Sofía iluminó su
vida.Inspirado en una pintura del artista Milo Lockett.
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