24 de junio de 2015

Reflejos Cautivos

         Al abrir los ojos, advirtió que se encontraba en una habitación. Todo estaba inusualmente quieto y en silencio. Las puertas cerradas convertían la elegante alcoba en un claustro. El aire parecía viciarse con rapidez mientras intentaba volver en sí. Su vista continuaba en penumbras y su cuerpo conservaba vestigios de algún somnífero. Como llegó allí, hasta entonces era un misterio. Su mareo agudizaba la confusión y sus manos amarradas a los garrotes de la cama abrazaban su prisión.
            Se observaba desvestida y sentía hasta su alma al descubierto. Sus ojos empezaban a notar con claridad que estaba padeciendo algo siniestro. El efluvio de su pánico inundaba poco a poco la atmósfera del encierro y ella comenzaba a respirar su desesperación, que la asfixiaba lentamente, ahogando sus palabras y sus fuerzas.
             Necesitaba ayuda, pero nadie respondía a sus gritos despavoridos. La inmovilidad era un aditivo a su desasosiego. Al poco tiempo de callar su angustia, casi al unísono, pedidos de auxilio se escuchaban ahora de habitaciones continuas. Por un instante no se sintió sola, quizás varias mujeres más estaban allí, junto a ella, cautivas del mismo temor.
          El ambiente apestaba a fluidos pervertidos, de hombres poderosos eligiendo en el pasillo a su próxima víctima, aquella con quien descargar su morbo. Fue entonces cuando ella logró rescatar de su memoria aquel momento en el que caminaba hacia el subte a encontrarse con él, su amor de hace dos meses, su ilusión reciente. Pero jamás llegó, un auto negro, completamente sombrío, empezó a seguirla, una cuadra, dos cuadras y sus piernas temblaban como presintiendo lo peor. Hasta que un monstruo disfrazado de hombre la tomó por detrás cubriendo su cara con un trapo embebido en brutalidad. Nada pudo hacer, tal vez nadie logró ver como incautaban su vida o a lo mejor nadie se animó a intervenir.
          Su figura seguía anclada al somier y se dibujaba en cada uno de los espejos que la rodeaban, entretanto cada reminiscencia proyectaba en su cabeza la traumática escena.
          Algo tenía que hacer. No podía permanecer allí ni un segundo más. El aire parecía escapar de sus pulmones y el vacío sofocar su inspiración. De repente la puerta se abrió, el mismo monstruo con rostro de humano se le acercó, refregándole su depravación, lamiendo hasta sus entrañas y susurrándole al oído que pronto alguien pagaría por ella. El asco y la impotencia brotaban por sus poros, mientras imploraba que la dejara en paz. Pero las súplicas aumentaban el placer de aquel ser despreciable.
           El espejo adornado con un ribete luminoso de rosas (las lámparas eran rosas), reflejaba la silueta de ella. Podía oler su miedo inconfundible, cuando con el vaivén de su cabeza consiguió romper el espejo trasero. Arriesgándolo todo y desmoronando en pedazos el vidrio, que se clavaba como cuchillos en la piel de aquel que la acosaba por encima. 

         Forzando a tirar el cuerpo hacia un costado, ella suelta uno de sus brazos y consigue escapar por la ventana que colinda con el patio. Nadie la ve. Nada puede hacer por el resto de las chicas, sólo promete volver.
         Corre, agitadamente corre, sin rumbo corre, huyendo del infierno corre. Hasta perderse por un túnel corre. El eco de la ciudad retumba en las paredes y lo ve, a punto de tomar el tren. Las horas pasadas parecen años enterrados y los sueños perdidos parecen redimir de la nebulosa. La gente mira su apariencia y las sábanas cubren su desvanecimiento.
       Al abrir los ojos, advierte que se encuentra en el subte. Todo esta usualmente en movimiento, el ruido aturde su entendimiento y él abriga su desconsuelo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente Laura, tienes talento para esto. Que capacidad de transmisión del mensaje, al punto de una prosa perfecta y musicalizada en los oidos internos del lector enmudecido.
Muy buen texto. Un Saludo.

Fabricio Rocca, desde Formosa Argentina.