27 de abril de 2016

"Yo la vi" - Cuento seleccionado por la Editorial Dunken para integrar la antología "Goce" -




     “Yo la vi. Estaba en el baúl de un auto. Su mano salía por la pequeña abertura. Podía percibir el frío de aquel cuerpo, que iba derramando un hilo colorado sobre el asfalto. Yo la vi. Su vestido era de color rosa pálido, aunque no tan pálido como su brazo que pendía de la parte trasera de ese auto. No recuerdo nada del auto; a lo mejor era de color azul, o quizás era negro (hasta podría haber sido blanco pensé para mis adentros)”. Ellos me miran, no creen ni una sola palabra de lo que les estoy contando. La mujer tiene un uniforme azul y una gorra con insignias de policía. El hombre, sin uniforme, se parece a mi padre, canoso, serio, con el pelo engominado y con gestos de enojado. Volví a repetir: “Yo la vi”. Un silencio inunda la sala. Este cuarto me hace sentir acorralada, pero tengo que colaborar para que encuentren a Anna. Podría estar aún con vida, aunque no estoy convencida. La mujer me indica que prosiga con mi testimonio. Hago una pausa; necesito recopilar las imágenes en mi mente. Pasa un tiempo y ellos comienzan a elucubrar, hasta que decido continuar: “Estaba sola, recostada debajo de un árbol, cuando la vi. El auto cruzó por la carretera, dejé de leer y levanté la vista para ver quién era. En ese instante veo pasar aquel vehículo manchado, no solo con fango; la puerta del acompañante tenía huellas de sangre”. Nada resulta suficiente para ellos. El hombre se rasca la barbilla mientras me observa y la mujer evita mi mirada; como si algo en mí no les cerrara.
     –Procede –dice ella. Intento memorar quién era el que manejaba, pero no puedo. “De repente la vi. Mis ojos se detuvieron en ella y en su muñeca rasguñada. El baúl, entreabierto, dejaba ver apenas su cuerpo (vivo o muerto pronuncié en silencio)”. Me preguntan, casi al unísono, si recuerdo el número de la patente, pero no sé qué contestar.
En la aldea desde hace una semana no cesa de nevar y eso dificulta la búsqueda. El bosque se convirtió en una cueva blanca, donde nada es lo que parece o, tal vez, todo es como lo ves. Han pasado casi dos semanas de su desaparición. La detective empieza a inquietarse, desconfía de mis palabras.
     –¿A qué hora vio pasar ese auto, que según usted llevaba a Anna? –pregunta el hombre de civil. Continúo con mi relato: “El día que desapareció Anna vi en el periódico su fotografía y, estoy segura, que la persona que sobresalía del baúl del auto llevaba puesto su vestido (cómo olvidar el vestido rosado)”.
     –No contestó a mi pregunta –insiste el hombre. “Calculo serían alrededor de las seis de la tarde”.
     –¿Qué fue lo que hizo ese día señorita Lisa? –Preguntan los dos al mismo tiempo, como si se leyeran los pensamientos. Me estoy empezando a sentir incómoda con estas dos personas; me observan como si fuera culpable, cuando yo sólo deseo ayudarles. “Ese día estaba aburrida y decidí salir de casa, tomé mi libro preferido y me fui a pasear. El bosque estaba cubierto por una niebla intensa, caminé por el costado de la ruta hasta que me refugié debajo de un árbol para leer”.
     –¿Qué libro leía, señorita Lisa? –pregunta ella, irónica. No tengo otra opción que responder: “Tu Mente te Miente”. Ella suelta una risa burlona, como si comprobara su hipótesis. Aquella confesión deja en evidencia mi situación, pero yo juré decir la verdad y nada más que la verdad (aunque ahora hasta yo misma comienzo a dudar).
Consideran falso mi testimonio porque no tengo ninguna prueba fehaciente; aun así me sueltan porque mi abogado se excusa en que soy mitómana. Un día, escondida, escuché que mi psicólogo le decía a mi padre: Aunque al comienzo la mentira es un hecho consciente, luego se verá a sí misma como parte de su juego. Dicho en otras palabras: acaba creyéndose sus propias mentiras.
     Ya han pasado varios meses y el caso sigue sin resolverse. No hay un día en que no piense: y si no fue un engaño de mi mente. En este instante un recuerdo se me aparece. Quien manejaba aquel auto era un hombre canoso, serio, con el pelo engominado y con gestos de enojado. Por fin me acuerdo; el auto era blanco. La camisa leñadora del conductor me recuerda a alguien que vi esta mañana.
     Yo la vi, era Anna. Me siento impotente. Nadie va a creerme.


Obra premiada por la Editorial Dunken en Agosto 2016, seleccionada para formar parte de la antología  de cuentos "Goce".
 


 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Maria,me encanta tu estilo de escritura sutil pero con una armonia que seduce al lector e invita a querer seguir leyendo y viviendo las narrativa. Gracias por permitirnos vivir estas historias de suspense. Un saludo. Rafael desde Barcelona.